El valor de nuestra alma

Posted by: Ioseph

San Francisco de Borja 01 (01)
San Francisco de Borja - Muerte de Santa Isabel de Portugal

La primera obligación que el hombre tiene es la de conocer a su Hacedor y reconocerle por su Señor, y convertir en su servicio el don de la vida que de él recibió. De manera que, lo que por su Bondad comenzó a ser, para Él se prosiga y en Él termine; y la merced que recibió sin merecerla, sirviéndole con ella, luego la merezca.
¿Qué verdad más cierta se nos puede decir que nosotros somos deudores de Aquél que, de no ser, hizo que fuésemos? Sabiamente conoce la intención de Quien le formó aquél que sabe que Dios le hizo para sí.

Después de esto, lo que más le conviene al hombre mirar es por el valor de su alma, que, pues en nobleza es la primera, no ha de ser la postrera de nuestros cuidados. Antes bien, se ha de hacer primero cuenta de lo que en nosotros es principal, y de la salud más necesaria conviene que tengamos más atenta solicitud. Es verdad que a Dios debemos la primera y más profunda intención, y a nuestra alma la segunda. Pero son tan hermanas estas dos diligencias que, siendo ambas necesarias, la una sin la otra no se puede conservar. Porque no es posible que, quien a Dios satisfizo, no proveyese al mismo tiempo a su alma; ni que, quien tuvo cuidado de su alma, no contentase a Dios. De tal manera se entiende en estos dos espirituales negocios y así están encadenados que, quien diligentemente tratare el uno, habrá cumplido con ambos; porque la inefable bondad de Dios quiso que nuestro provecho fuese su oblación.

¡Oh, cuánto tiempo y trabajo emplean los mortales en cuidar sus cuerpos y conservar la salud! Por ventura ¿su alma no merece ser curada? Si tantas y tan diversas cosas se gastan en el servicio de la carne, no es lícito que el alma esté arrinconada y despreciada en sus necesidades y que sola ella sea despojada de sus propias riquezas. Antes bien, si para el regalo del cuerpo somos muy dadivosos, proveamos a nuestra alma con más alegre liberalidad. Porque si sabiamente llamaron algunos a nuestra carne
sierva, y al alma señora, no debemos ser tan descuidados que honremos a la esclava y despreciemos a su señora. Con toda razón nos pide mayor diligencia nuestra mejor parte, y pide mayor cuidado la dignidad principal de nuestra naturaleza.

No es justo que en la reverencia necesaria pospongamos la más noble y antepongamos la vil. Y que la carne sea más vil manifiéstanlo sus naturales vicios con que nos abate a la tierra, de donde nació, levantándonos el alma como fuego a lo alto, de donde nos fue enviada. Ésta es en el hombre la imagen de Dios. Esta preciosa prenda tenemos de la gloria que nos es prometida. Defendamos, pues, su autoridad y amparémosla con todas nuestras fuerzas. Si la sustentamos y regimos, guardamos el depósito que nos ha de ser demandado.
¿Qué hombre que quiere levantar un edificio no comienza primero por los cimientos? ¿Qué hombre no procura primero su vida que abundantes bienes, los cuales sin vida no los puede gozar? ¿Cómo amontonará los bienes postreros quien no posee los primeros? ¿De qué manera piensa vivir bienaventurado quien no tiene lo necesario para siquiera vivir? El que carece de vida ¿cómo puede tener vida feliz? O ¿qué vida le pueden dar los sabrosos y sobrados manjares si no tiene con qué proveer al hambre de su alma? Como dijera nuestro Salvador en el Evangelio:
¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mt. 16). Porque no puede tener razón de ganancia lo que se adquiere en detrimento del bien espiritual.

Fuente: Cfr. San Euquerio (Obispo de Lyón y discípulo de San Agustín), Carta a Valeriano